Tom Watkins es un adolescente como tantos otros en el mundo. Vive en una
gran ciudad, tiene novia, habla poco y viste ropa con dejes hiphoperos.
Pero hay algo que distingue a este quinceañero holandés de la mayoría
de los chavales de su edad. Tom no come hamburguesas, ni patatas fritas,
ni espaguetis, ni Doritos. Tampoco pescados a la plancha o verduras al
vapor. Sólo frutas y verduras crudas.
Su madre, Francis Kenter, decidió adoptar la dieta crudivegana
cuando Tom tenía cinco años, y una década después mantiene su
convicción de que ingerir productos cocinados o de origen animal es
perjudicial para la salud. Médicos y miembros de los servicios sociales
aseguran que esta práctica está limitando el crecimiento de Tom y puede
causar daños irreparables en su organismo, por lo que tratan de quitar a
Kenter la custodia de su hijo. Pero el adolescente asegura que come así
porque quiere, no porque ella le obligue. (...)
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